Durante gran parte de nuestra vida, muchos aprendemos a agradar para sobrevivir. No porque haya algo malo en nosotros, sino porque el entorno —familia, escuela, sociedad— nos enseñó que para ser aceptados había que adaptarse: sonreír, ser buenos, no incomodar. Así, sin darnos cuenta, empezamos a esconder partes esenciales de nuestra verdad.
Y aunque esta estrategia nos haya servido en su momento, llega un punto en el camino donde la distancia entre lo que mostramos y lo que sentimos se vuelve insostenible. Algo dentro nuestro empieza a pedir otra cosa. Más autenticidad. Más libertad. Más verdad.
La trampa de complacer
Complacer a los demás puede comenzar como una forma de cuidarnos del rechazo. Pero cuando se vuelve hábito, nos encierra: hacemos lo que se espera, aunque eso nos apague por dentro.
Nos desconectamos del deseo propio. Ya no nos preguntamos: “¿Qué quiero yo?”, sino: “¿Qué quieren de mí?”. Y en ese silencio hacia uno mismo, se adormece la chispa vital que da sentido a la existencia.
Pero lo maravilloso es que esa chispa nunca muere. Espera. Y basta un pequeño acto de honestidad, un gesto de autoescucha, para que empiece a brillar otra vez.
El retorno al centro
Llega un momento —a veces suave, a veces con fuerza— en que algo en nosotros nos llama a volver. A volver al cuerpo, a la intuición, a lo que se siente real. A recordar que no vinimos a cumplir un guion, sino a habitar nuestro propio camino.
Cuando dejamos de buscar pruebas afuera, y empezamos a valorarnos desde adentro, se produce un giro profundo. Volvemos a casa. A nuestro centro. A ese lugar donde no hace falta actuar, solo estar.
Este proceso puede dar miedo. Pero también da alivio. Porque elegirte a vos no es separarte del mundo, es empezar a crear un mundo más verdadero.

El poder de los límites
Aprender a decir “no” es aprender a decir “sí” a tu bienestar.
Los límites no son muros, son puentes hacia relaciones más sanas. Cuando te animás a marcar lo que te hace bien y lo que no, estás sembrando claridad, respeto y cuidado. Para vos, y para los demás.
Y algo mágico ocurre: al honrar tus límites, también abrís espacio para recibir desde el amor, no desde la obligación.
Una vida que se siente verdadera
Empoderarse no es endurecerse. Es ablandar las defensas, confiar en lo que sentís y darte permiso para ser. De verdad.
Dejar atrás el hábito de complacer no te aleja del amor. Te acerca al amor que no exige disfraces, al que te ve y te elige tal como sos.
Una vida auténtica no es perfecta. Pero tiene una belleza única: es tuya. Es sentida. Y se sostiene en una paz profunda.
Un cierre para el alma
Volver a vos no es egoísmo. Es medicina. Es raíz. Es despertar.
Porque cuando te elegís con honestidad, todo lo demás empieza a ordenarse también. Tus decisiones se aclaran. Tus vínculos se limpian. Tu energía se vuelve más liviana.
Y así, paso a paso, descubrís que no hace falta luchar tanto para ser vos. Solo escucharte. Y confiar.

El viaje hacia el ser verdadero no es fácil, pero es profundamente liberador.
Y vale cada paso.
En Soma y Alma, creemos que cada paso hacia tu verdad es un acto de amor. Y por eso estamos acá, para acompañarte en este camino de regreso a vos.